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Ó CARTAS Á SOR MARGARITA 257 será posible; antes se romperá. ¿Cómo es posible que al principio un enfermo tome con gusto medicinas des- abridas? ¡Eso no puede ser! Es preciso acostumbrarle el paladar á esos brebajes tan desabridos, y la costum- bre le hará la medicina más llevadera y menos des- agradable. De aquí la necesidad de que los superiores ción y de vencimiento del propio juicio, alabado y practicado por los santos; que si lo usaran frecuente- mente, más florecería la obediencia en el jardín de la Religión. Parece mentira el poder que la costumbre ejerce en el hombre para contraer vicios ó adquirir virtudes. Pocas cosas hay más desagradables y repugnantes al paladar que el humo del tabaco chupado ó extraido de un cigarro; no hay fumador en el mundo que las pri- meras veces haya encontrado gusto en esa operación usen con los súbditos ese ejercicio de propia abnega- y ni le haya sido sabrosa; más aún, no hay uno que al principio de fumar no haya experimentado náuseas, repugnancia y mareo con el humo del tabaco; y sin embargo de eso, repitiendo la operación una y otra vez, todos los dias, se acostumbran de tal modo, que la costumbre ejerce sobre ellos un dominio tiránico, que les lleva al extremo de querer más bien carecer de pan que de tabaco, como ellos dicen. Pues si la cos- tumbre hace sabrosa al hombre una cosa de suyo tan desabrida, ¿qué haría la obediencia en los religiosos, si el superior los acostumbrara y les ayudara á negar continuamente su propio querer y su propia voluntad? Por esto te decía que para llegar á la cumbre de esta virtud, necesita el súbdito del superior, como el enfer- mo del médico; y ojalá que cada maestro de novicios y cada superior monástico fuera un médico que se ejer- citara en curar del modo dicho á nuestra enferma na- turaleza. 17

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