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en no A A 250 LA VIDA RELIGIOSA será así á los ojos de los hombres; pero á los de Dios quizás estará vacío de merecimientos y tan lleno de propia voluntad que merecerá por recompensa aque- llas palabras del Evangelio: Recepisti mercedem tuam. Ya recibiste tu paga. El religioso que está en ei sitio, empleo ó puesto que él se ha procurado, no sé cómo puede vivir tran- quilo, ni qué consuelo puede hallar en los tristes azares de la vida. Cuando le suceda algún percance ó las co- sas le salgan mal, no tendrá otro remedio que echarse la culpa á sí mismo y exclamar: Bien empleado me está, y bien merecido lo tengo! En este cargo y en este sitio, sé que cumplo mi voluntad, pero no sé si cumplo la de Dios, ó mejor dicho, sé que no la cumplo, y que todo esto me sucede en castigo de mi poca abnegación. Si me hubiera dejado en manos de la obediencia, es- taría en otro puesto, en otro lugar, y todo me saldría bien: ¡pero aqui!... ¡juste haec patimur! bien merezco este castigo. ; Mas por el contrario, cuando uno nada busca ni procura, sino que se deja completamente en manos de Dios y ocupa el lugar y empleo que la obediencia le ha mandado, entonces ¡qué paz! ¡qué satisfacción! ¡qué consuelo y confianza se experimenta en las contrarie- dades de la vida! Oh, qué consolador es para un alma religiosa poder hablar con Dios de esta manera: “Se- fior, yo no vine aquí por mi gusto, ni estoy en este car- go por voluntad propia: Tú me pusiste en él, tú me trajiste á este sitio. De tu cuenta corre sacarme airoso, ayudarme, defenderme, y cumplirme la palabra que tienes dada de hacer cantar victoria al obediente.,, ¿Hay cosa en el mundo más consoladora que esta para un religioso? Y si no la hay, ¿es posible que las almas religiosas busquen en la obediencia su propio gusto y su propia voluntad? ¿Es posible que no vean en la per-
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