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Ó CARTAS Á SOR MARGARITA 219 blo lo dió á los de Efeso en las palabras que puse al frente de ésta: Obedeced... con simplicidad de cora- zón, como obedeceriais á Cristo. Hay religiosas que dicen con mucha frecuencia: Aquí no hemos venido más que á obedecer y cumplir en todo la voluntad de Dios! y así lo hacen ellas, mien. tras que su parecer va adelante; mas apenas la prelada con mansedumbre de cordero dice ú ordena otra cosa distinta de la que elas quieren, todo cambia de aspec- to y se revuelven contra la Superiora que así contraría su parecer, llegando hasta perderle el respeto con pa- labras ásperas y atrevidas, casi con amenazas y mo- vimientos de manos, como acostumbran las mujeres del siglo. Horror! que verdaderamente es horrible que una religiosa pierda el respeto á su Prelada. Si á esta religiosa se le reprende, contesta con mucha frescura: La trato así, porque es mi hermana de noviciado, y tengo con ella mucha confianza. Insensata! y por ser tua hermana de noviciado, deja de ser tu Superiora? Nó ves, ciega, que Dios ha puesto en sus manos el báculo de la prelacia? Nó ves que desedificas á las demás y escandalizas á las jóvenes que corren ó anhelan correr como gacelas por el camino de la perfección, humil- des y obedientes? Es esto obedecer á la Madre como á Cristo? El último defecto contra la obediencia y quizás el más frecuente, es procurar con disimulo que el supe- rior condescienda con nosotros y nos mande aquello á que mostramos afición, porque nos gusta y agrada. Engaño grande es este, porque, como enseña San Ber- nardo, esto no es obedecer al Superior, sino sujetarlo á nuestro querer. ¡Ay de aquel que tiene el cargo, mi- nisterio, ocupación ú oficio que él deseó y procuró! Pensará tal vez que ha hecho algo, que ha trabajado mucho, que ha merecido de la religión, y por ventura AAA PE
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