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Ó CARTAS Á SOR MARGARITA 243 dos, en lo cual juntamente se falta á la caridad y la obediencia, es cosa tan abominable que Dios no la puede sufrir y la toma como ofensa hecha á si propio, según aquello de Jesucristo: Qui vos spernit, me sper- nit. Y para incurrir en la in lignación divina no se ne- cesita en esta materia grandes cosas. Ó6, mejor dicho, bastan cosas que son tenidas por pequeñas entre reli- giosas habladoras y poco escrupulosas. Está una monja muy contenta con su oficio y obediencia, fiándose de su Prelada, pensando muy bien de ella y teniéndole la estimación y cariño que como prelada merece; y viene la otra murmuradora y suelta una palabrita, como quien no dice nada, y con esa palabra desprestigia á la Superiora y arranca del corazón de la súbdita el aprecio, la confianza, la fe y el amor que tiene á:su prelada, sembrando en lugar de eso, sospechas, mali- cias y desconfianzas. ¿Piensas que la palabrita que cau- só tanto mal era culpa leve? Pues no. que es grave y muy grave, aunque sea verdad lo que dijo. ¿Qué sería, pues, si lo dicho no es cierto, sino sólo malicia y sospe- cha de su avieso corazón? Tratándose de esto, dicen los Santos que jamás di.- gamos á nadie nuestras sospechas, y, si es preciso co- municarlas ó confesarlas para pedir consejo, que ni al confesor digamos el nombre de la persona contra quien se dirigen, para ño ponerlo en el peligro de sentir la misma tentación que á nosotros nos combate. Y siendo esto así ¿hay religiosas que tengan valor, no sólo para juzgar mal, sino para criticar y murmurar contra la obediencia.y las preladas? ¡Oh, y á qué tiempos tan tristes hemos llegado! No sólo se hace eso, sino mucho más. En algunas comunidades, no sólo está picado el fruto, sino secas las ramas y podrido el tronco del ar- bol santo de la religión; y ¿qué digo el tronco? hasta la raiz está dañada, tan dañada que sólo el poder divi.- a id Pq
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