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Ó CARTAS Á SOR MARGARITA 241 siempre ha de andar inquieto y turbado. La obedien- cia santa es voluntad de Dios que la cumplamos; y ¿quién resistió jamás á la voluntad de Dios y tuvo paz en su alma? Esto preguntaba el santo Job, porque esta- ba seguro que la desobediencia y la paz del alma se excluyen mutuamente como la luz y las tinieblas. En segundo lugar nos va el corto caudal de nuestros méri- tos, porque obedeciendo con perfección adquirimos nuevos tesoros y desobedeciendo ú obedeciendo mal, perdemos los ya adquiridos. Y ¿quién habrá tan necio que, puesto en el trance de perder 6 ganar, opte por la pérdida antes que por la ganancia? En tercer lugar, la obediencia perfecta hace al religioso casi impeca- ble, en frase de San Jerónimo; y ¿qué cosa puede inte- resarnos en la vida tanto como ésta? ¡Abí es nada! ¡ser casi impecable! ¡Bendita obediencia la que tiene tanto poder! Ella es excusa segura delante de Dios, como dice San Juan Clímaco; porque, si Él me preguntare en el juicio: —¿Por qué hiciste esto?—y yo le contesto con verdad:—Señor, por obediencia,—esta excusa me salvará; porque, si la cosa no estuvo bien mandada, el Superior dará cuenta de ella y no yo, que sólo debí obedecer en lo que no conocí haber ofensa de Dios. Finalmente, en obedecer con perfección nos va nada menos que la corona de la gloria, y con esto se dice todo; porque dar entrada en nuestro corazón á las fal- tas contra la obediencia, es ponernos en camino de ser desobedientes y perdernos para siempre, por lo cual jamás nos guardaremos bastante de esas faltas y de- fectos; Estre éstos ocupan el primer lugar por su malicia las prevenciones y antipatías contra el superior 6 con- tra lo que él manda. Una de las armas con que más guerra nos hace el demonio y más victorias consigue en los claustros es esa antipatía, esas prevenciones, 808- 16

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