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Ó CARTAS Á SOR MARGARITA 237 que los ángeles escriben en el libro de la vida aquel acto de obediencia, creyendo que aquello es lo mejor, lo que más nos conviene, lo más agradable á Dios y lo más meritorio que podemos hacer, porque en hecho de verdad, un acto de obediencia perfecta vale más á los ojos de Dios que muchas y grandes penitencias practi- cadas por voluntad propia. Y aquí se debe advertir que la tristeza que se siente, ó la repugnancia natural que experimentamos en la práctica de la obediencia, lejos de quitarle mérito á esa virtud se lo aumenta, si sabe- mos vencer esa repugnancia, y á pesar de ella cumpli- mos con lo mandado. Por último, la obediencia debe ser generosa, sin mirar dificultades ni peligros, con ánimo de arrostrar todos los que se presenten y de ofrecer á Dios cuantos sacrificios sean necesarios para cumplir lo que Él orde- ne por medio de su representante. Esa generosidad es muy meritoria y muy grata á Dios, porque pone al re. ligioso en manos de su prelado, para que disponga de él á la mayor gloria de Dios, colocándolo en el lugar, oficio, cargo ó sitio que más le acomode, seguro de que allí estará satisfecho, tranquilo y persuadido de que cumple la voluntad divina. Obedezcamos pues así, pronta, ciega, alegre y generosamente, que quien esto hace canta siempre victoria, según la promesa del Es- píritu Santo. , Cuando á la obediencia religiosa le faltan algunas de las cuatro condiciones mencionadas, deja de ser perfecta y su imperfección arguye siempre falta en el religioso que la comete; porque la imperfección come- tida es siempre efecto de la soberbia, de la vanidad, del respeto humano, de la pereza, 6 de otro cualquier vicio que tiene raíces en el pobre corazón humano. Y lo peor de todo es que las faltas é imperfecciones en obedecer, si son repetidas, destruyen fácilmente el es-
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