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Ó CARTAS Á SOR MARGARITA 235 aquélla cuyos hijos no estén unidos al Superior con el lazo precioso de la obediencia interna. La primera prosperará y brillará, como el arco entre las nubes del cielo; la segunda, como reino dividido, será desolada, y no se verán en ella más que discordias, rebeliones, decadencias, estragos y ruinas; y la desobediencia sen. tada entre los escombros y ruinas causados por la dis. cordia y la rebelión podrá decir: Esta es mi obra de destrucción y de muerte. De aquí la necesidad que tenemos de la virtud de la obediencia, fundamento de la Religión, porque tan- to tendremos de religiosos, cuanto tengamos de esta virtud. Preciso es, pues, que hagamos mucho caso de cuanto á ella se refiere, no sea que después de tantos años de vida religiosa, sea nuestra religión infructuo- sa y vana. Por eso voy á presentar á tus ojos el retrato de un alma obediente para que te mires en él y veas si te falta algo. El alma que de verdad es obediente ejecuta con prontitud todo cuanto se le ordena, persuadiéndose que lo ordenado es voluntad de Dios que ella lo haga. Cuando oye la señal de la obediencia que le llama al cumplimiento de sus deberes, no se entretiene en decir: ya voy, es temprano, tengo tiempo, luego iré; sino que deja lo que tiene entre manos y acude pronto á obede- cer. Acompaña la obediencia externa con el afecto in- terior, acordándose que por amor de Dios renunció $u propia voluntad, y por eso obedece tanto más gustoso, cuanto más repugnantes á su gusto son las cosas que se le manda. Obedece humildemente, como un buén hijo á seu padre, sin buscar otro motivo de obediencia niás que la obediencia misma. 'Obedece universalmente á todos sus prelados, no sólo 4 los buenos y afables, sino también á los díscolos y molestos, como enseña San Pedro: á todos, ya sean prudentes ó imprudentes, per-

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