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Ó CARTAS Á SOR MARGARITA 231 giosos entre sí y con sus prelados, es más fuerte y más sagrado que los otros dos, con serlo tanto; y este lazo es el voto que hacemos de sujetarnos á la voluntad del superior siempre que nos mande en virtud del mismo voto, de tal suerte, que si entonces desobedeciéramos, cometeríamos un pecado gravísimo. Esta lazada, por lo mismo que es más fuerte y más sagrada que las otras dos, es también más limitada, pues la materia precisa del voto de obediencia se reduce únicamente á los casos en que los superiores mandan una cosa en virtud de dicho voto, usando de fórmulas solemnes, co- mo en nombre de Cristo, por santa obediencia, y otras semejantes. Fuera de estos casos la obligación de obe- decer no nace precisamente del voto, sino de la virtud dela obediencia que hemos profesado y de la autori- dad que la Iglesia da 4 los superiores sobre los súbdi. tos. Y no vayas á creer por eso que sólo en los casos predichos tiene el religioso obediente el mérito de su voto, porque él puede muy bien, cada vez que obedece, hacerlo por cumplir lo prometido á Dios y así tendrá el doble mérito de la virtud y del voto de obediencia. Debemos, pues, obediencia á nuestra regla y cons- tituciones por la profesión que hemos hecho de obser- varlas; á nuestros superiores, porque son nuestros pa- dres en Cristo; y por el voto que hacemos de negar nuestra voluntad, -sujetándola á la suya. Poco ó nada pienso decirte de este voto, pero sí quiero decirte mu- cho de la obediencia, virtud de la cual tenemos mucha necesidad. Por no haber sido obedientes cayeron los ángeles del cielo al infierno; porno haber sido obedientes per- dieron nuestros primeros padres el paraíso y hallaron este valle de lágrimas; por no haber sido obediente perdió Saúl el reino y la corona, y por no ser obediente pierde la religiosa todo eso junto. Religiosas que pare-

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