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rs A == Ha AAA 230 LA VIDA RELIGIOSA den religiosa ó los estatutos de una congregación no tienen más virtud, más fuerza, ni más valor de aquel que con su aprobación le da Nuestra Santa Madre Iglesia; y ésta puede por sí misma ó por los superiores mayores aumentar ó disminuir el rigor y austeridad de la regla, acomodarla á las necesidades de los tiempos, añadir ó quitar lo que bien le parezca, variar los esta. tutos en todo ó en parte, y hasta anularlos, si lo erce preciso ó conveniente. Y el religioso que rechace ó mire con recclo las variaciones que la Iglesia haga en su ordenó las que legítimamente introduzcan los Su- periores mayores, ese es víctima de triste alucinamien- to, le engaña su propio juicio, le seduce el espíritu privado y lo inclina sin él pensarlo, hacia el protestan- tismo, el cisma y el error. El segundo lazo que une á los religiosos entre sí es el de la fraternidad, el cual se funda en la autoridad Paterna y Patriarcal que por necesidad ha de hallarse en las órdenes religiosas. Cada comunidad es una yer- dadera familia, que necesita de Padre, Jefe 6 cabeza que is gobierne, dándole unidad y dirección; y el con- junto de esas familias, cuando no están aisladas entre sí, forma una especie de tribu que tiene su patriarca, general ó prepósito, sucesor del Fundador. Pero en uno y otro caso, la autoridad Paternal en la orden une á los religiosos entre sí con el vínculo precioso de la fraternidad, hijo de la obediencia, por serlo de la au- toridad. Esta autoridad es por lo menos tan extensa como la paternal en la familia, y puede el superior comunicarla á otros, en cuyo caso debemos obedecer- los, teniendo entendido que en virtud de esta anutori- dad pueden los superiores mandarnos y disponer de nosotros en todo lo que sea del servicio de Dios y bien de la comunidad. El tercer lazo con que la obediencia liga á los reli-

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