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Ó CARTAS Á SOR MARGARITA 213 ro, ó bien por las gloriosas tradiciones que unen á Cle- ro y pueblo con los religiosos y religiosas desde los tiempos de Santa Teresa, San Juan de la Cruz, San Pedro de Alcántara, San Ignacio de Loyola y el Bea- to Ávila; bien sea por esto 6 por lo otro, el resultado es que esa ley nose ha hecho lugar entre nosotros y la costumbre contraria ha corrido siempre (aun entre los regulares y el Clero) sin que los Obispos hayan recla- mado, nise hayan visto en la precisión de tener que aplicar la ley. Antes al contrario, me consta de alguno que ha mostrado extrañeza, cuando se ha pedido licen- cia para hablar con religiosas, como dando á entender que la ley consuetudinal es legítima y bien fundada. Esto habla muy alto en favor de las religiosas, que son miradas con tanto mayor respeto, cuanto más alejadas viven del mundo y más desdeñan las visitas de toda clase de personas. ¡Ojalá que siempre fuera así! ¡ojalá que las religiosas no perdieran nunca su buena fama, ni los españoles su buen sentido! Pero ¡ay! atravesamos tiempos muy malos; el de- monio hace esfuerzos por introducir la abominación de la desolación en el lugar santo, y es preciso que este- mos muy alerta y andemos sobre aviso, para que no entren las babosas á empañar con su impura baba las azucenas de Cristo. Pero ¿qué digo? ¿Nó han entrado ya alguna vez? ¿No hay gomosos que se pegan á las rejas de un locutorio, sin que haya una religiosa digna que á escobazos los eche de allí? ¿No hay perillanes que llegan á introducirse en el corazón de las religio- sas, como asquerosos gusanos en el cáliz de una flor? ¿Y no hay también algunas religiosas que, si con el cuerpo .viven en el claustro, tienen el pensamiento y el corazón fuera de él? ¿Y de dónde procede ésto, sino de la inobservancia de la clausura? ¿De dónde provie- ne, sino del trato con el mundo? ¿Por qué no se cierran in AA o TS MR aA pr e A LAA ps a e

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