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Ó CARTAS Á SOR MARGARITA 205 genes. ¡Ah! las almas que nunca han manchado su pu- reza, no pueden vivir más que en lo alto del monte san- to, donde se respira el puro aire de la castidad! Se han elevado en la tierra sobre la condición humana, y en el Cielo se elevan también á la cumbre de la gloria. Y llevan escrito sobre la frente el nombre del Cordero. ¿Por qué razón? ¡Ah! la gloria de una religiosa, la gloria de una virgen es no haber pertenecido á nadie más que á Jesucristo. Ese nombre divino grabado so- bre una frente más blanca y candorosa que el lirio de los valles, lo llevan las vírgenes en el Cielo, porque es el nombre del Esposo celestial á quien se consagraron en la tierra. F cantan un cántico nuevo que sólo ellas pueden cantar. ¿Qué cántico será éste? sin duda el cán- tico de la gratitud, el cántico del amor, el cantar de la pureza, el himno de triunfo, el himno de la victoria conseguida después de largos combates con el mundo, el demonio y la carne, por conservar intacta la flor de la virginidad. ¡Oh qué cántico será aquél! qué divinas armonías! qué concierto tan inefable! quién pudiera escucharlo y tomar parte en él! Y añade el texto que siguen al Cordero donde quiera que va, porque la esposa debe seguir á su esposo, y la Virgen á Dios consagrada es verdadera esposa de Cristo, lo cual constituye su mayor título y el más grande de sus privilegios. En la misma Escritura hallamos este incomparable título: San Pablo dice á los Corintios: Os he desposado con Cristo, para presentaros como virgen casta al único Esposo; y los Santos Padres dicen que este desposorio es perfecto, cuando un alma se une á Cristo, consa- grándose 4 Él con voto de perpetua virginidad. El mis- mo Salvador se llama á sí propio en el Evangelio Espo- so, y la Iglesia, maestra dela verdad, dice quién es la desposada, cuando entona en la profesión de la reli- giosa aquel sublime canto que empieza así: Ven, espo- AAA o ETA | |

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