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ai AS 198 LA VIDA RELIGIOSA La demasiada seguridad en esta materia ha hecho caer á muchos, y no es extraño, porque la seguridad suele ser hija de la soberbia, vicio que según San Gre- gorio, lo castiga Dios muchas veces, humillando al al- ma y permitiendo que caiga en el profundo abismo de la torpeza. No te fies pues de tí misma, y mira como grandes enemigos de la castidad el poco temor de perderla y la mucha seguridad de conservarla. Tanto ésta como aquel hacen al religioso atrevido y negli- gente, y lo uno y lo otro pone en peligro la pureza del corazón. (Quien fía mucho de sí mismo fácilmente se expone á los peligros, y quien se expone á los peligros, suele perecer en ellos. El jugador es el que puede per- der, que quien no juega nunca pierde. El nadador que fiado en su destreza se arroja al río, es el que suele ahogarse, que quien tiene miedo de mojarse los pies difícilmente se ahoga. La conversación y el trato familiar, máxime con personas de otro sexo, es también grande enemigo de la castidad, porque de ahí suele nacer cierto cariño y afición que aunque al principio parezca buena y lo sea, más tarde viene á degenerar y convertirse en peligro- sa, si no está el alma muy sobre sí. Por eso nuestro Seráfico Doctor San Buenaventura aconseja al religio- so que ande alerta con esas aficiones, aunque se trate de personas virtuosas y recatadas, aunque la afición sea puramente espiritual, porque delo contrario, si no hay vigilancia, el diablo sacará partido y saldrá con la suya. Pero como necesariamente hemos de tratar y con- versar con los demas, mientras estamos en el mundo; y como de ese trato ha de nacer indispensablemente algún cariño y añción, bueno será darte aquí alguna señal por la cual vengas en conocimiento de si tal afi- ción, es desordenada ú ordenada, peligrosa ó prove-
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