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A 196 LA VIDA RELIGIOSA cios de piedad para no sentirlo es un error tremendo, un disparate garrafal, el colmo de los errores místicos. Con un consejero de esta clase en cada convento de monjas, tenía el diablo hecho su agosto. No! el simple sentir nunca es pecado, y menos cuando el cuerpo to- ma parte en las cosas del alma, sin ésta quererlo. Esa es una de las muchas imperfecciones y miserias del hombre, según enseña San Juan de la Cruz por estas palabras: “Muchas veces acauece que en los mismos ejercicios espirituales, sin ser en manos de ellos, (de los buenos) se levantan y sienten en la sensualidad movimientos no limpios, y á veces aun cuando el espíritu está en mucha oración, ó ejercitando los Sacramentos de la Peniten- cia y Eucaristía. Los cuales, sin ser como digo en su mano, proceden de una de tres cosas. La primera pro- cede algunas veces (aunque pocas y en naturales fla- cos) del gusto que tiene el natural en las cosas espiri- tuales. Porque como gusta el espíritu y sentido, con aquella recreación se mueve cada parte del hombre á deleitarse según su porción y propiedad. Porque enton- ces el espíritu, se mueve á recreación y gusto de Dios, que es la parte superior; y la sensualidad, que es la parte inferior, se mueve á gusto y deleite sensible, por- que no sabe ella tomar ni tener otro. Y así acaece, que el alma está en oración con Dios, según el espiritu; y por otra parte, según el sentido, siente rebeliones y movimientos sensuales pasivamente, no sin harta des- gana Suya,.. »La segunda causa de donde proceden á veces es- tas rebeliones es el demonio, que por inquietar y turbar el alma, al tiempo que está en oración ó la quiere tener procura levantar en el natural estos movimientos torpes: con que si al alma se le da algo de ellos, le hace harto daño. Porque no sólo por temor de esto afloja en la ora-
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