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| 192 LA VIDA RELIGIOSA ante esta última consecuencia á la cual conduce inevi. tablemente ese rigorismo vituperable? ¿Quién no vé que es falso el principio de donde tal consecuencia se deduce? Quédate, pues, tranquila, Margarita mia; y en ade- lante á quien te trate con ese rigorismo, mándalo á4 leer la teología moral de San Ligorio en el libro 3.* tra- tado 4.” capítulo 2. y número 481, donde el Santo Doctor dice cosas muy curiosas, que terminan con este consejo muy consolador para las almas que sufren lo que sufre la tuya: “El que en acciones de suyo lícitas, honestas ó indiferentes, tema sentir 6 sienta tentacio-, nes, desprécielas y siga adelante; que más bien se li- brará de ellas despreciándolas, que haciéndolas caso, porque con hacérselo, se aumenta el temor y la ten- tación.,, No temas, pues, ni te apures ni te acobardes por cualquier tentación que sientas en acciones que de suyo no son malas: porque si de yeras aborreces el pecado, y te da asco y horror de la impureza, y son puros los afectos de tu alma, nada tienes que temer, pues estás comprendida en el número de aquellos de quienes dijo el Espíritu Santo: Omnia munda mundis. Todas las cosas son limpias pará los limpios de corazón: y nada hay limpio para el alma impura, que lo contamina todo con sus torpes deseos y depravados afectos. Esta es la pura verdad, y Dios sabe que te lo digo, no para que pierdas el temor al pecado, sino para apartarte del camino desesperante, en que desaconse- jadamente te han metido. Disculpo la buena intención y alabo el celo de los que, por alejarte del mal, te han metido en tales apreturas; porque sin duda han olvi- dado que los extremos se tocan, que huyendo de Escila caigo en Caribdis, que el rigorismo en moral está tan condenado como el laxismo, y que en mística, es tan
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