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Ó CARTAS Á SOR MARGARITA 191 podido darte por pecado lo que contra tu voluntad te pasa? Dicen que es pecado, porque atendida tu fragili- dad, das motivo para sentirlo. ¿Pero qué fragilidad es esa? ¿Se entiende acaso por fragilidad los movimien- tos de la mal inclinada naturaleza? ¡¡Nó!! ¡eso es una necedad! La fragilidad verdadera no está en las sensa- ciones, ni en la mala inclinación del cuerpo, sino en el consentimiento del alma; y aquí no te veo fragil, sino fuerte como una roca, puesto que aún no se ha que- brado, ni rendido tu voluntad á querer ni consentir la culpa. ¿Pues en dónde está la fragilidad? ¡Y darle á la fragilidad y 4 que con ella das motivo para sentir ten- taciones! ¿Qué motivos son esos? El jugar con las de- más y como las demás, el asearte, el ser afable, reirte en las recreaciones, mostrarte cariñosa y familiar, todo con la mejor intención y despreciando cualquier tentación que por eso te venga, ¿es verdadero motivo de pecado? ¿Es eso querer el mal en su causa, cuando no hay tal querer, sino lo contrario? ¿Son por ventura ilicitas esas acciones? ¿Conducen directamente al pe- cado? ¿Influyen algo en la tentación? Y aunque algo influyeran, ¿no tienes tú derecho para hacer lo que ha- cen los demás y obrar como obran tus iguales? Y silo tienes, ¿dónde está la culpa, cuando por una parte fal- ta la voluntad, constitutiva del pecado, y por otra so- bra el derecho para obrar así? Y si te niegan ese dere- cho, ¿por qué te conceden el otro? Si te prohiben esas acciones (de suyo lícitas y honestas) por los efectos que en tí causan, ¿por qué no te prohiben también re- zar á los santos y mirar al Crucifijo, causas ocasionales, según afirmas, de los mismos efectos? ¿Por qué quitar una causa y dejar otra igual? ¿Cur tan varie? ¿Por qué no te hacen de una vez iconoclasta, mandándote que- mar las imágenes venerandas? ¿Quién no se horroriza

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