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Ó CARTAS Á SOR MARGARITA 185 Obliganos por fin el voto de castidad á recurrir á Dios por medio de la oración. Vivir siempre en pureza es una cosa que supera todas las fuerzas humanas: conservar siempre la castidad es cosa tan alta, que no basta para conseguirla toda la industria del hombre: de otra parte nos ha de venir esa perseverancia en la pureza, y el camino por donde viene es el de la ora- ción. A fuerza de ruegos hemos de conseguir la pose- sión de ese don celestial, y á fuerza de lágrimas hemos de regar y tener siempre frondosa la flor de la virgi- nidad. ¡Ojalá que todos los que profesan castidad cono- cieran estos deberes y los pusieran en práctica, apro- vechando estos y otros medios, para vencer á los ene- migos de la virtud angélica! Hay entre todos ellos uno muy temible; pero de él dije bastante en la Carta XIV á Teófila, y no quiero repetir en éstas niun sólo con- cepto de los que desarrollé en aquellas. Lo que sí quiero decirte, respondiendo á la insi- nuación que me haces en la tuya, es que no estás en lo cierto al creer que deba entristecerse el alma religiosa que no posee la castidad virginal, viendo que las vír- genes seglares le llevarán ventaja delante de Dios; y no estás en lo cierto, porque es opinión y sentencia de graves autores que la castidad religiosa bien observa- da, aunque no sea virginal, es más perfecta, y más meritoria, y de más realce, y más grata 4 Dios que la simple virginidad profesada fuera del claustro: la ra- zón de esto se halla en la profesión religiosa que da un nuevo modo de. ser al cristiano, y encierra en sí un ac- to excelentísimo de caridad equiparado al martirio, y otro acto de la suprema virtud moral, que es la Reli- gión; y estos dos actos le dan á la castidad religiosa fielmente guardada mucha excelencia, mucha perfec- ción, y el principado y supremacía entre todas las del siglo. Y cuenta que no digo esto en menoscabo de la
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