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A 184 LA VIDA RELIGIOSA gica y prontamente, tan pronto como sacudiríamos un ascua ardiente que nos cayera en la mano. También nos impone el deber de ser humildes; hu- mildes en lo interior, desconfiando de nosotros mismos, y humildes en lo esterior, procurando que el vestido, los modales y todo nuestro continente respire modestia y religiosidad. Es tan necesaria esta virtud para con- servar la pureza, que los santos tienen por cosa cierta y averiguada no poder sostenerse por mucho tiempo un alma soberbia sin caer en el cieno de la impureza. La humildad es el mejor adorno de la pureza, es el traje que la hermosea; y así como una persona hermosa re- sultaría fea y desagradable sin adornos ni vestidos, así la pureza, despojada y desnuda de humildad, es desagradable á los divinos ojos; y San Bernardo es de parecer que la misma pureza de María, la virginidad incomparable de nuestra dulce é inmaculada Madre, no le hubiera agradado á Dios, si hubiera estado des- provista de humildad. De la paloma que Noé echó del arca para ver si habían cesado las aguas del diluvio, dice la Escritura que, no hallando donde posar sus plantas sin manchar- las con el lodo de que estaba lleno el mundo, se volvió al arca, queriendo más bien vivir encerrada que con- taminar la blancura de sus plumas con el fango de la tierra. Á esta paloma debe imitar el alma casta, y esa es otra de sus mayores obligaciones. Mire mucho la re- ligiosa dónde posa sus plantas, y sus ojos, y sus manos, y sus pensamientos, y los afectos de su corazón. Sea casta como la paloma del arca, y, á imitación de la abeja, no se pose nunca más que en flores odoríferas y de cáliz perfumado. Hazlo tú así, Margarita, y 4 ver si por este medio consigues ser la paloma del Corazón de Jesús, paloma que haga el nido de sus amores en la abertura de aquel Corazón divino.
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