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cm En Ai ARA A vr E a A a a . 178 LA VIDA RELIGIOSA Esta virtud soberana no sólo hace á los hombres angelicales, sino que los hace divinos; no sólo les da semejanza con los ángeles, sino que los hace semejan- tes á Dios. Más todavía: la virginidad hizo 4 Dios hom: bre, y al hombre lo elevó 4 la dignidad de Dios, hacién- donos consortes de la naturaleza divina; y ésta quizas será la mayor de sus prerogativas. Había determinado Dios bajar del Cielo á la tierra para que los hombres pudieran subir de la tierra al Cielo; había determinado humanarse, salvando el hondo abismo que mediaba entre la pureza divina y la impureza humana; y para surcar ese abismo sin nombre, necesitaba una nave que le llevara á la opuesta orilla; y esa nave fué la vir- ginidad de nuestra Madre inmaculada. Ella lo recibió en su seno virginal, y cargada con tan preciosa mer- * cancía cruzó el ancho mar que media entre lo divino y lo humano, uniendo para siempre á la Divinidad con la humanidad, haciendo Dios al hombre y hombre á Dios, que por eso á Dios humanado, Cristo Jesús, le llama la Iglesia flor de la virginidad, Germen virgi- nitatis. Antes de haberse humanado, deseaba el Verbo eterno venir á este mundo, y no hallaba camino bas- tante limpio y conveniente á su altísima pureza; desea- ba bajar á esta tierra miserable, pero no por el camino cenagoso por donde todos venimos, que antes dejara de hacerse hombre que pasar por tan inmundo sendero; y no hubiera bajado, si la virginidad no le ofreciera pasaje en su purísimo tálamo. Ella le trajo del Cielo 4 la. tierra y de regreso lleva al hombre desde la tierra al Cielo; ella hizo á Dios semejante al hombre, y al hom- bre que la profesa lo hace semejante á Dios. Bien dijo San Ambrosio, que desde que la virginidad unió lo . divino con lo humano, juntando la divinidad del Verbo con la carne del hombre, sin mezela ni resabios de
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