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Ó CARTAS Á SOR MARGARITA 175 Esta ventaja resalta más si consideramos que los ángeles viven en una región purísima, donde no pue- den llegar los impuros miasmas que la tierra exhala. Porque ¿dónde tienen ellos enemigos que les hagan guerra? ¿Dónde pasiones que les inciten? ¿Dónde de- monios que los tienten? ¿Dónde la carne que los incline al pecado? ¿Dónde los malos ejemplos que loa provo- quen al mal? ¿Dónde los sentidos que los arrastren á la culpa? En ninguna parte. Y nosotros, por el contra- rio, vivimos en una tierra llena de inmundicias y abo- minaciones, rodeados de enemigos que nos combaten, de diablos que nos tientan, de carne que nos inclina al pecado, de ejemplos que nos provocan al mal y de sentidos que nos arrastran hacia el abismo de la im- pureza. Pues, habiendo tanta desigualdad entre ellos y nosotros, ¿no es de mayor mérito y estima conser- varnos á sualtura en la práctica de esta virtud? Claro está que sí, y por eso las almas vírgenes merecén con toda propiedad el nombre glorioso de ángeles de la tierra. Síguese de aquí que los profesores de la virgini- dad han hallado un poderoso artificio para ser ángeles de más alta manera que lo son los espíritus celestes; porque lo que éstos tienen por naturaleza, lo alcanzan aquéllos con su valor y su industria, ayudados de la gracia divina. La pureza en los ángeles es un don natural y necesario, que cuanto más tiene de necesa: rio, menos tiene de libre, y cuanto menos tiene de libre, tanto menos tiene de meritorio; pero en los hom- bres esa virtud no es natural, ni necesaria, sino con- tingente; y mientras más tiene de contingente, más tiene de libre y voluntaria; y cuanto más libre y vo- luntariamente la abraza el religioso, mayor mérito adquiere delante de Dios, De modo que la virginidad abrazada y profesada
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