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164 LA VIDA RELIGIOSA cediéndolo así, ya sea expresa, ya implícitamente, puede el religioso servirse de él con tranquila con- ciencia, sin quebrantar el voto de pobreza. No se pue- de decir otro tanto del permiso que llaman presunto, por ser muchas veces un permiso sospechoso, porque la pasión nos hace presumir que al Superior agrada lo que á nosotros agrada, y en muchas ocasiones sucede lo contrario, que el Prelado reprueba presente, lo que se presumió ausente que le placería. El voto de pobreza, además de los deberes particu- lares que dejamos mencionados, impone al religioso un deber general, y es, el someterse á la vida común la cual consiste en que todos, desde el mayor al menor, y desde el primero hasta el último, tengan el mismo régimen en la comida, vestido, habitación, muebles, ete., todos conformes, todos sujetos á una mesa común, sin la menor dispensa ni privilegio en favor de nadie, á no ser que una enfermedad ú otra causa razonable lo exija; y en este caso la vida común puede tenerse por firme, porque sabido es que la excepción confirma la regla. Esta vida común es la personificación del es. píritu de pobreza, y por eso los Superiores están obli- gados á mantenerla con solicitud, y lossúbditos á ob- servarla con puntualidad, huyendo de singularidades y enviando á la oficina común cuantos regalillos les envíen particularmente. El que esto no haga, bien po: demos decir que queda reñido con la pobreza, y el que riñe con la pobreza, no está muy lejos de divorciarse de ella, y el que se divorcia de ella, sentirá sobre sí los castigos con que Dios amenaza á los prevaricadores de este voto. Llenas están las obras de los Santos Padres y las crónicas é historias de las órdenes religiosas, de rela- ciones de sucesos tremendos con que Dios ha castiga- do álos transgresores de la pobreza. ¿A quién no es-
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