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Ó CARTAS Á SOR MARGARITA 147 poco por Dios; y por último, nos lleva á regocijarnos y alegrarnos cuando nos falta alguna cosa y sentimos los afectos de la pobreza profesada. Cada una de estas cinco cosas debemos mirarla como grado de esa virtud por los cuales hemos de ir subiendo á la perfección de la santa pobreza. El religioso que así lo hace y llega al último grado es completamente feliz en el claustro, porque no tiene apego á nada, y está pronto á despo- jarse de todo. Si le niegan una cosa no se ofende, antes bien, goza en carecer de ella; si se la dan, la re- cibe con gratitud, como el pobre recibe una limosna: y las cosas de su uso y las de los demás las mira como propiedad de Dios y cosas consagradas á su servicio y al de sus siervos. ¡Oh qué felicidad, si la pobreza se practicara siempre de este modo! Y aquí es de advertir que te voy hablando sola- mente de la virtud y no del voto de pobreza, que aun dejando aparte el voto, esa virtud es obligatoria para el religioso y puede pecar contra ella, sin quebrantar aquél. La monja que se arrepintiera de haber renun- ciado sus bienes por el voto de pobreza y abrigara en su corazón deseos de poseerlos otra vez, no quebran- taría materialmente su voto, pero pecaría contra la virtud de la pobreza. El religioso que tenga á su uso cosas superfluas ó no superfluas, con dependencia del Superior, y tenga el corazón apegado á ellas, de modo que se resintiría, si se las quitaran, ese, sin quebrantar el voto, será prevaricador de la pobreza. Lo mismo di- go del que se queja porque el Superior no le dió lo que pedía, ó se lo dió de menos valor ó ya usado. En esto, y algún otro caso que se pudiera poner, aunque el reli- gioso no infrinja su voto, pecará contra la virtud de la pobreza y minará por sus cimientos el edificio de la religión. No en vano llama nuestro padre San Francisco á

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