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142 LA VIDA RELIGIOSA quirir el territorio de una provincia; grandísimo sería el valor del diamante con el cual pudiera comprarse un reino; é inestimable sería el precio de aquel tesoro que bastara para darse en cambio de todos los estados de Europa. Pues ¿cuál será el valor de la pobreza cris- tiana que basta para adquirir no una provincia ni un reino temporal, sino el reino de los Cielos? Verdadera- mente que esta es la preciosa margarita, cuyo hallazgo enriquece al alma de bienes celestiales. Y ¿quién podrá aquí contar los bienes que lleva consigo la despreciada pobreza? Ella no conoce la in- quietud ni el temor, la sospecha ni los cuidados, que son propios de las riquezas engañadoras. El rico siem- pre está temiendo un contratiempo ó un revés de fortu- na; la negra sospecha y los cuidados roedores le cercan por doquier; la inquietud turba su sueño y no le deja reposar en parte alguna; mas el pobre reposa tranquilo y duerme sosegado y descansa seguro sin inquietudes ni miedo, porque como nada tiene que perder, nada teme. Grande alabanza de la pobreza evangélica es tam- bién ser ella la virtud que da muerte al conjunto de vicios que llamó S. Juan concupiscencia de los ojos y soberbia de la vida. Esa concupiscencia es el mayor obstáculo que hallan los hombres para ser virtuosos; y vencerlo es el primer paso que se da en la vida religio- sa, cortando de raíz esa mala codicia que brota en el corazón humano, como la yerba en el campo. Ese es el primer enemigo que se ha de combatir y vencer, si queremos tener libre el camino para encumbrarnos á los altos montes de la perfección cristiana, cuyos pu- rísimos aires y perfumado ambiente no se respira en los infectos valles de la Abundancia mundana. Esta abundancia de los bienes terrenos da fuerza y ayuda á todos los demás enemigos del alma para que le hagan

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