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Ó CARTAS Á SOR MARGARITA 141 do el segundo; que la causa de esa desdicha esla codi- cia y los deseos no reprimidos de nuestro avaro cora- zón; y como la pobreza voluntaria reprime esos deseos y ese afán inutil del corazón humano, síguese que ella trae la dicha al hombre que la practica; y por eso el pobre de espíritu es feliz, porque nada desea; y no de- sea, porque lo tiene todo; y lo tiene todo, porque nada le falta, y nada le falta, porque está satisfecho con lo que tiene y no desea tener más. stas verdades las alcanzaron con la luz de la ra- zón los filósofos paganos, y de ello nos da buena prue- ba el extravagante Diógenes, uno de los más conspi- cuos varones de la escuela cínica. Esta escuela fué fundada por Antistenes, discípulo de Sócrates, y pro- fesaba como máxima fundamental el desprecio de las riquezas y de todo lo queno fuera sabiduría. Diógenes se alistó en ella, se vistió pobremente, se dejó crecer la barba, las uñas y el cabello, reunió unos cuantos pergaminos manuscritos, escogió por morada un tonel y en él se dió de lleno á la yida filosófica. Allí le sor- prendió un dia Alejandro Magno, y viendo la estrechu- ra en que vivía, le dijo: Muchas cosas te hacen falta, yo te las mandaré. Á lo cual respondió él con su acos- tumbrado cinismo: Te engañas, Emperador; más cosas te faltan á tí que á mí, porque soy más rico y feliz que tú; que la: verdadera riqueza no está en tener mucho, sino en tener urio lo que quiere; y la felicidad no con- siste en poseer uno muchas cosas, sino en no desear ninguna. Yo nada deseo y tú sí; yo nada quiero y tú estás siempre codiciando; y asi más rico y feliz soy yo que tú. Otra de las grandes alabanzas que se pueden hacer de la pobreza evangélica es ser ella moneda de valor suficiente para comprar el reino de los Cielos. Grande sería el precio de una joya con la eual se pudiera ad-
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