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Ó CARTAS Á SOR MARGARITA 129 eterna., Esta promesa de la vida eterna incluye en sí por parte de Dios la obligación de proporcionarnos todos los medios para conseguirla; y esto solo basta para llenar el alma de consuelos celestiales. ¡Qué con- solador es este pensamiento! Dios, fidelisimo en sus promesas, ha pactado conmigo y me ha prometido todo lo necesario para conseguir la vida eterna: ¿qué ten- go, pues, ya que temer? Por grandes que sean las difi- cultades que se me presenten, por muchas que sean las fuerzas con que el enemigo me combata, por desme- dida que sea mi flaqueza, Él me dará fuerzas para vencerlo todo y superarlo todo: El es Omnipotente; al imperio de su voz obedecee prontamente la creación en- tera; y á un signo de su voluntad el sér brota en los abismos de la nada, ó vuelve á la nada de donde salió. ¿Qué podrán, pues, contra mí todos los seres del uni- verso, si Él es mi protector, mi defensa y el Dios de mi corazón? Además, ese Dios que se ha dignado hacer un tra- to con nosotros, es rico en misericordias, infinita- mente bueno y dadivoso; y un Dios infinitamente dadivoso y rico, no contrata con un alma pobre, sino porque quiere hacerla rica y participante de sus in- mensos tesoros. La infinita liberalidad del Criador sólo espera que su criatura le ofrezca algo, para recom- pensar sus ofrendas con riquezas inenarrables:; pues, si nosotros con los votos religiosos no sólo le ofrece- mos algo, sino todo lo que somos y poseemos, ¿qué nos dará Él á nosotros en retorno? Nos dará no sólo el ciento por uno en esta vida, y los tesoros de su gracia; no sólo la abundancia de sus bienes eternales y el reino de los cielos, sino que Él mismo se nos da en ga- lardón y en magnífica y eterna recompensa. Ego ero meérces tua magna nimis (Gén. 15). ¿Puede darse mayor dicha? ¿Puede haber cosa más consoladora para el 9
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