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EVORA AREAS 10 o LEA Ge 7 MS E Ss 124 LA VIDA RELIGIOSA al que quiera elevarse á las alturas de la perfección cristiana. Y observa de paso, querida Margarita, que con esta obediencia arrancamos de nuestro corazón el más nocivo de los amores y el más opuesto al amor de Dios, el egoísmo, el amor propio que todo lo inficiona y en- vilece. El yoto de la pobreza acaba con el amor de las cosas terrenas; el de castidad con el amor pegajoso é interesado de carne y sangre; y éste de la obedien- cia con el amor egoísta, que es el peor y el más esteril de cuantos se conocen. La pobreza voluntaria da muerte ála codicia y deseos de riquezas; la castidad á la concupiscencia y placeres de la carne, y la obe- diencia al desorden de nuestra veleidosa voluntad. Con la pobreza sacrificamos á Dios los bienes de este mundo, con la castidad los bienes del cuerpo, y con la obediencia los bienes del alma, ofreciendo así un per- fecto holocausto en aras del amor divino. Y por eso te decía antes que las virtudes objeto de nuestros votos, son necesarias á la perfección del amor divino, de la santidad verdadera. Y ya que te hablo de las virtudes, objeto de nues- tros votos, quiero decirte una cosa en que muchos no reparan, y es la diferencia que hay entre el voto y la virtud. La confusión en este punto, hace que reli- giosas ignorantes discurran de esta manera tan des- acertada: Hice voto de pobreza, luego soy pobre. Hice voto de obediencia, luego soy obediente... ¡Necedad se llama esta figura! ¡Ah! si para ser obediente bastara hacer voto de obediencia, ¡cuántos obedientes habría! Si para conseguir una virtud fuera suficiente hacer voto de ella, ahora mismo hacía yo voto de ser más santo que mi P. San Francisco! y mañana me tenías en el mundo arrastrando á las muchedumbres con fama de milagrero, y de santo; ¡pero no! el yoto de

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