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Ó CARTAS Á SOR MARGARITA 123 total abstinencia de los placeres sensuales, porque esos placeres (aun cuando los hace lícitos el último sa- cramento) son de ordinario un fuerte obstáculo para llegar á la perfección deseada. La fragilidad del hom- bre es muy grande en este punto, su miseria es inde- cible, y los afectos de su alma se van hacia las criaturas, defraudando al Criador del amor que le debe, tanto que en frase del Apóstol la persona casada tiene dividido el corazón; dividido entre Dios y la fa- milia, entre el cuidado de los bienes temporales y el cuidado de su santificación; y como tiene que atender á Dios y al mundo, á sí y á los suyos, claro está que mientras más se dedique á los otros, menos le quedará para: sí; y que cuanto más tenga que atender á las cosas de esta vida, menos tiempo tendrá para atender á las de la otra. Pues este grande obstáculo, doble más fuerte que el anterior, lo remueve el religioso por el voto de castidad; así tiene expedita la vía, y puede con más facilidad llegar á la cumbre de la perfección. Otro de los grandes obstáculos que hallamos en este camino es la volubilidad de nuestra voluntad, que ya quiere, ya no quiere, y llevada de su propia in- constancia hoy tiene por amargo lo que ayer le pare- ció dulce, y mañana tendrá por arduo y dificultoso lo que después creerá facil y hacedero. Este obstáculo queda superado por el yoto de la obediencia que nos pone en la dichosa necesidad de no dejar ya el cami. no comenzado. Sin este voto bien cumplido, ó sin la virtud de la obediencia bien practicada, sería poco menos que imposible elevarnos á la región de la san- tidad; porque las condiciones impuestas por Jesucristo para conseguirla, todas predican sumisión, rendi miento, sujeción y obediencia: “Niéguese á sí mismo, tome la Cruz y sígame., Estas son las condiciones que impone el Hombre-Dios al que quiera ser su discípulo,

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