BCCPAM000540-5-07000000000000

ic ióclic e o o 118 LA VIDA RELIGIOSA cer de júbilo al Empíreo, como testimonio perenne y jamás interrumpido de la santidad divina. Ahora, pues, la santidad en Dios ¿qué es? ¿Es su misericordia, su justicia, su inmensidad, su omnipo- tencia ó cualquiera otro de sus atributos? ¡No! la Teo- logía católica no encuentra otro fundamento de la santidad de Dios, más que el amor necesario y eterno de sí mismo, de sus perfecciones infinitas y de su sér perfectísimo. El amor divino es la santidad por esen- cia, el acto constituyente y constitutivo de toda santi- dad. Lueszo en el hombre no puede ser la santidad otra cosa más que una participación de ese amor divino, y mientras más participe de él y más amor tenga de Dios, más santo será. Por otra parte, demostramos en la anterior que la perfección religiosa es la posesión de Dios por amor, es el mismo amor divino participado á la criatura: y de ambas demostraciones resulta que la santidad, la perfección cristiana y el amor de Dios son una sola cosa con tres nombres distintos. El hombre más santo y más perfecto será siempre el que más ame á Dios, y el amor será en el Cielo y en la tierra la medida de la santidad y de la perfección, desde el alma que ocupe el grado más ínfimo en esa escala, hasta el supremo serafín, hasta la Virgen sin mancilla, hasta la Humani- dad sacratísima de Cristo, que ocupa el lugar supremo en esa escala misteriosa de los Santos. Este amor, esta santidad y esta perfección no pue- de ser aquí en la tierra, bajo cualquier aspecto que se g considere, más que un amor, una santidad y una per- fección iniciada que tendrá su complemento en la otr: vida, allá en las regiones de la luz divina, entre los es- plendores de los santos; pero, mientras vive en este valle de lágrimas, obligación grave tiene el religioso, por serlo, de procurar crecer cada día en santidad y

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz