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84 LA VIDA RELIGIOSA cierto; pero en lo que lastimosa y neciamente se equi- vocaban era en suponer que podía hallarse entre los hombres una víctima tan pura, tan santa, tan inocente y meritoria que su sangre pudiera aplacar á Dios, borrar el pecado y satisfacer por todos. Aquí estuvo su grande error, porque esa víctima tan sagrada que ellos buscaban no podía producirla la tierra; de otra parte nos había de venir. Y en efecto, rasgó los cielos, vino á la tierra, tomó en ella un cuerpo perfectisimo para poder sacrificarlo, unió á la humanidad con la divinidad, y así, siendo hombre pudo pagar por los hombres, y siendo Dios, pudo satisfacer cumplidamen- teá la justicia divina. Vino al mundo la víctima preciosa y, desde el pe- aebre al sepulero, toda su vida fué un sacrificio conti.- nuado; pero ese tremendo sacrificio se consumó entre indecibles dolores sobre el ara de la cruz, derramando el mansisimo y divino Cordero hasta la última gota de sangre que en su corazón tenia; y desde entonces, los que más han participado de ese sacrificio han sido los más santos, los más purificados, los más favorecidos. Por ese sacrificio alcanzan hoy victoria todos los que vencen, y esfuerzo todos los que combaten, y miseri- cordia todos los que la buscan, y refugio todos los que lo piden y alegría todos los tristes, y consuelo todos los que lloran, y pureza todos los castos, y justicia todos los justos, y santidad todos los santos. Pues bien, de ese divino ¿inefable sacrificio participa el buen reli- gioso en tánto grado, que su vida es una verdadera crucifixión, de tal manera, que nadie como él puede decir con verdad estas palabras del Apostol: “Clavado estoy en la cruz con Cristo., Christo confixus sum cruci, (GAL. 2. 19.) Tres clavos fijaron á Cristo en el santo madero y otros tres clavos (los de los votos) fijan al religioso en

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