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a A nidad del Redentor del mudo, cuyos mi- lagros había oido referir; é iluminado con celestiales luces, creyó que era el Me sias, hijo de Dios vivo, y empezó á prac- ticar actos de fé, de esperanza y de cari- dad, amonestando á su compañero y di- ciéndole: ¿Neque tu times Deum? Tampo- co tú temes á Dios? (1) Que no le teman esos fariseos que tienen tiempo de arre- pentirse, pase; pero tú, que estás con la vida en un hilo y á punto de- morir, ¿no le temes? ¿No conoces que Este es el sa- cerdote inmaculado que te puede absol. ver, y el Juez de vivos y muertos que nos puede condenar? Y juntando á esta obra de caridad la humilde confesión de sus culpas, y proclamando á Jesucristo por su Dios, añade: «Mira que nosotros dos somos justamente castigados; come- timos horrendos crímenes, y ahora los pagamos en el suplicio: quitamos á otros la vida, y es justo que nos den la muer- te; pero Este, de quien tú blasfemas, es inocente, no ha cometido delito, no ha (1H) Lac, 28,40
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