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e a tra la monarquía y quiso cargar el bal dón de su atentado contra los inocentes religiosos que fueron en todo tiempo los más fieles servidores de su Dios y de su rey. No podía hacerse mayor injuria á la realeza ni mayor ofensa á la religiosi- dad. Pero, Señor, ¿qué son estas ofen- sas, comparadas con las que recibió nuestro divino Salvador en la Cruz? Él las perdonó generosamente, Él rogó por sus asesinos, Él quiere que le imitemos hoy en su heroismo incomparable, y yo creo que tiene V. M. un corazón bastan- te cristiano para poner en práctica la lección del divino Maestro, diciendo en lo interior de su alma, como Él dijo en la cruz: Padre, perdónalos, que no saben lo que hacen. Por lo que á mí toca, yo perdono de corazón á todos los perseguidores de las órdenes religiosas, no tengo, á Dios gracia, enemigos personales, que yo sepa; y por eso extiendo mi perdón á todos los que, por ser yo religioso, me odian, me ofenden, y por medio de leyes inícuas atentan á mi libertad de ciudadano espa-
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