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EA de la divinidad de Cristo; de repente se abrieron los cielos, derramando torrentes de luz sobre la cima del monte: y en me- dio de la nube luminosa que coronaba el Tabor, resonó potente como un true" no, la yoz del eterno Padre que decía: Este es mi hijo amado: escuchad sus pa- labras, aprended su doctrina: lpsum au- dite. (1) Pues, así quisiera yo que resonara hoy bajo las bóvedas de esta real capilla la voz majestuosa del Eterno que, señalán- donos á Jesucristo crucificado, nos dije- ra: se es mi hijo amado: escuchad sus palabras: Ipsum audite! Ojalá que en el interior de cada uno de nosotros reper- cutiera esa voz misteriosa con que Dios habla al alma, enseñándole verdades su- prasensibles! Ojalá que las palabras de Jesucristo hallen eco en nuestros cora- zones y nos instruyan, porque Cristo en la cruz habla como Maestro divino, cuya doctrina es necesario aprender; habla como sacerdote que entre el vestíbulo y (D) Lao. IX, 85. QA sl
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