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— 119— dice; yo soy el Cordero que se está sacri- ficando, para borrar los pecados del mun- do: acepta mi inmolación y recíbeme en tus manos, que en ellas pongo la médula de mi holocausto (1), lo indestructible de esta víctima, y lo mejor de ella, que es mi espiritu. ln manus tuas commendo spiri- tum meum. Esta expresión dice el evangelio que la profirió Jesús con voz grande, voce magna, llena y sonora, lo cual no pudo ser sin evidente milagro. Al cuerpo del Salvador no le quedaba ya sangre en las venas, y se hallaba tan debilitado, que naturalmente no podía hablar, sino con voz apagada y con acento casi impercep- tible. Gritar, pues, en aquella ocasión con voz fuerte y poderosa, fué un mila- gro que hizo, para mostrar al mundo que tenía fuerzas y vigor para dilatar su vi- da en la cruz y detener á la muerte, para que no le tocara, si él no quisiera sentir sus rigores. La muerte no tenía derechos sobre el autor de la vida, y por eso grita (t) Ps. 65. 15,

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