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187 celada, el sacrificio realizado, la vícti- ma destrozada; solo resta ofrecerla al Al- tísimo, y este ofrecimiento es el que rea- liza el Salvador del mundo en su última palabra, cumpliendo así el más impor- tante oficio del sacerdocio, que es ofrecer á Dios sacrificios. Verdaderamente pro- cede aquí Jesucristo como sacerdote per- fectísimo que cumple maravillosamente todos sus cargos, á pesar de hallarse en situación ten dolorosa. Aarón, aquél gran sacerdote de la an- tigua alianza, decía que con el ánimo triste y abatido no podía ejercer las fun- ciones de su ministerio (1); pero Jesús, el gran sacerdote de la nueva ley, clavado en la cruz y anegado en amargura, de- sempeña divinamente todos los deberes del sacerdocio, intercediendo por el pue blo, absolviendo al ladrón arrepentido, instruyéudonos eú los misterios referen- tes á la maternidad universal de María, y ofreciendo á su eterno Padre el gran sacrificio de la Redención. Padre mío, le (1) Lev. X, 12.

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