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a las aberturas de éstos, y no podía buscar niogún alivio, sino á costa de mayores tormentos. De esta suerte, en posición violentísima, imposibilitado para variar de postura, descoyuntados los huesos, ta- ladrados los piés y las manos, contraídos los nervios, el cuerpo destrozado, las he- ridas inflamadas, magullada su carne, hinchadas las arterias, la cabeza acribi- llada y todo bañado en sangre, estaba la víctima adorable, sufriendo un martirio tan horrendo, que no hay lengua que acierte á explicarlo, ni entendimiento que pueda comprenderlo. Cada instan- te que pasaba hacía más intolerables los tormentos de la crucifixión. Las llagas del Salvador se iban por momentos amo ratando y ennegreciendo: una fiebreinten- sa, como oleada de fuego, se apoderó de sus miembros; secos y ardientes sus la - bios, pegada al paladar sulengua,y exha- ustas sus venas de sangre, devorado por una sed ardorosísima, exclamó: Sitio! Tengo sed! Jesús mío, ¿tú sediento? ¿No eres tú la fuente de aguas vivas que salta hasta

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