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— 95— tendiéndose sobre la tierra como paño mortuorio, Ó como manto enlutado que la cubría toda (1): y en tanto, la víctima divina seestaba inmolando con el sacri ficio más estupendo, los dolores más atroces, y la amargura más grande que puede concebir la mente humana. Llevaba ya dos horas largas en la cruz, sufriendo un martirio intolerable. Las llagas de las espaldas y de la cabeza las tenía enconadas: las heridas de las manos y de loa piés se le habían infla- mado y dilatado con el peso de su cuer- po, aumentando á cada instante la terri bilidad del suplicio: é irritados y con- traídos los nervios, no le dejaban mover” se sin experimentar en cuda movimien to agonías de muerte. Si reclinaba la cabeza en la cruz, se clavaba más las espinas, y multiplicaba el tormento de la cabeza. Si se colgaba de las manos, abríanse más sus heridas con el peso, y aumentaba el dolor de los brazos. Si se apoyaba en los piés, se desgarraban más (1) Marc. XV. 33,
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