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o horror en los espacios. Sombras sinies tras, tenebrosas obscuridades y espanto sas visiones llenaban el horizonte. La tierra temblaba en sus entrañas; como si el ángel exterminador la hubiera co gido por sus pulos y la estuviera bambo- leando con indignación. Las” montañas se partían, hundíanse las rocas, y enor mes peñascos rodaban por sus laderas, arrasando los valles con aterrador estré pito. Bramaban los animales del campo con aullidos lastimeros; huían espantados las alimañas del bosque; y las aves del aire plegaban medrosas sus alas y se es- condían en la espesura de los árboles, piando con tristes clamores. La muche dumbre, que hormigueaba en la cima del Gólgota, desatentada y despavorida, emprendió vertiginosa carrera hacia la ciudad, hiriendo sus pechus y exclaman- do como el Centurión: Verdaderamente era hijo de Dios (1). Por todas partes se oían gritos de horror y de espanto, á me- dida que las tinieblas se espesaban, ex- *(1) Math. XXVII. 54,
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