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—j4— el cual ama tambien 4 los hombres, 4 quienes en vista de este amor santifica el Padre, llamandolos hijos suyos, herederos de su gloria, herederos de Dios, coherederos de Cristo. (1) jAh! ZQuién seguird las huellas de Jesus al tra- vés de las ciudades y aldeas de la Judea, sin que- dar aténito, absorto, y enamorado de un Dios, que suda, se fatiga y se vé lleno de polvo por lo mu- cho que ha caminado para ir derramando por to- das partes las llamas de su amor 4 los hombres? El pesebre y lacruz son el principio y fin de una vida de pobreza y abyeccion, de persecuciones y afrentas, de trabajos y privaciones, de ignominias y tormentos: y este tejido de adversidades es el tosco velo que encubre la magestad infinita, el candor de la eterna luz, el espejo sir. mancha, al Hijo de Dios por fin, que da el primer paso de su vida mortal entre la lébrega tristeza de una cue- va de animales, y el fltimo entre los espantosos horrores de un suplicio. Por mucho que discurramos, nunca podra nuestra débil razon comprender los misterios di- vinos; pero una cosa podemos comprender y de- bemos tenerla siempre presente, y es que el amor que nos tiene el Corazon de Jesus, es el (1) Rom. c, 8. v. 17. . Pee nae eilinied atreaeaiiatl a il as AB de

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