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203— atentamente al Hijo: porque el mismo nos dice que quien lo vé a él, vé d su Padre; (1) que no es posible conocerlo a él, sin conocer al que lo en- gendra semejante 4 si, igual y consustancial: y que tanto sus palabras como sus obras son una prueba irrefragable de que su Padre lo ha man- dado al mundo, (2) para que lo ilimine con su doctrina, lo confirme con su verdad y le enseiie el camino de la verdadera dicha. Desde que Jesus aparece entre nosotros, no es ya su Padre aquel Dios, cuya voz no se atreven a oir los hombres, de miedo de morir: (3) ni aquel ser terrible y magestuoso, que al hablar como _ legislador por el ministerio de sus 4ngeles, ma- nifiesta la presencia de su gloria increada entre torbellinos de fuego, entre truenos, relampagos y ecos de clarines aterradores. (4) Todas aquellas diferentes maneras con que Dios se dejé ver de los Patriarcas, instruyéndoles y hablindoles co- “mo Criador y Seftor, como Juez y remunerador, ‘se han reducido 4 una sola, y es que habla ya a los hombres, como Padre Ileno de amor y bene. volencia, ensei andoles por medio de su Hijo cual es su naturaleza, cutles sus atributos, cudnto su amor 4 los mismos hombres, y cuan gran‘le es el (1) Joann. cap. 14. v. 9. (2) Id. y. 10. (3) Exod, cap. 20. v.19, (4) Thid. v. 18.

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