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—292— de Jesus, que los posponen 4 los goces tempora- les, empendndose en buscar su dicha en las cria- turas, no obstante que todas les dicen que no la tienen, y cometiendo un crimen, que reprueban entre si mismos, y no quieren conocer y confesar, cuando se trata de Dios, y es la ingratitud. jAh! No hay padre, ni madre, ni hermano, ni amigo, que nos amen, como Dios nos ama: y, cuando en- tre los mundanos nos desvivimos y deshacemos en demostraciones de afecto hacia los que nos fa- yvorecen, mirando con horror el ser notados de desagradecidos, solo 4 Dios excluimos de la obli- gacion de mostrarle nuestra gratitud, si quizds no nos servimos de sus favores para hacerle la guer- ra, pretendiendo adorar a las criaturas con des- precio del Criador. Cada vez que ofendamos 4 Dios, hacemos con Jesucristo lo que hicieron los judios. Porque iqué hiciera el Salvador por su pueblo amado, que no haya hecho por nosotros? {Qué hiciera con él este pueblo ingrato, que nosotros no imi- temos? Eramos todos unos leprosos cubiertos de piés 4 cabeza de la hedionda costra de la culpa, y Jesus nos limpié; yaciamos como un paralitico en el lecho de los pecados, sin poder levantarnos por nuestras propias fuerzas, y Jesus nos sacé; estdbamos muertos 4 la gracia divina, y Jesus
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