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as por nosotros: y de esto podemos deducir que es el estado del Corazon de Jesus, cual es el de una victimayque, ofrecida en el altar del holocausto, despide hacia el cielo el suave perfume, que da honra 4 Dios y aplaca sus iras. Bien claro lo habia dicho el santo profeta Da- vid, al anunciar los tormentos y las glorias de este Hijo de Dios, que habia de serlo suyo tambien, segun la carne. Viéralo todo abrasado en el fue- go de su amor, infinito, derritiéndose como la cera (1) que, arrimada 4 las llamas, va cayendo gota 4 gota, pues asi estaba en aquellos momentos, en que apuraba en el suplicio hasta las heces del caliz de la pasion. Mas el mismo paciente nos descubre que toda su vida ha estado suspirando, porque llegara este momento aflictivo, que esperaba y miraba con una calma divina, y deseaba con un ardor inexpli- cable. {Qué fija tiene en su mente la idea de morir . por los hombres! ;Cémo recorre las escenas tristes y sangrientas, por que ha de pasar! Es tan vehemen- te el deseo que lo anima de verse sacrificado por la salud del mundo, que la dilacion es una especie de tormento. Con bautismo he de ser bautizado, dice a sus apdstoles. Y, cémo me angustio hasta que se cumpla? (2). Como si dijera: Vamos d& Jerusalem. y serdn cumplidas todas las cosas, que escribieron (1) Psalm. 21, v.15, (2) Lucw, cap, 13. v. 50,

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