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—234— dian desacreditarlo y acusarlo: y al efecto, estan- do el divino maestro sentado en el templo ense- nando a las turbas, se presentaron en gran apa- rato y copioso nimero, trayendo en custodia a una infeliz pecadora. jLa desgraciada! Viene ca- bizbaja, afligida, cubierta de vergiienza, y contan- do los minutos que le faltan para ser despedaza- da bajo una nube de piedras, como mandaba la ley. Maestro, le dicen, esta mujer ha sido sorpren- dida ahora en adulterio, y Moisés nos mandé en la Ley que apedredramos a esta tales. ¢Qué dices ti? (1) Jesus no contesta: pero, inclinandose, es- cribia en la tierra: y como le instasen los fariseos a que diese su dictimen, se levanté y les dijo: el que de vosotros esté sin pecado, tire el primero con- tra ella la piedra: Jesus se senté de nuevo y con- tinud escribiendo, y mientras tanto, se fueron los. tentadores uno tras otro hasta dejar sola %t la pe- cadora ante Jesus, quien lleno de piedad la dijo: Mujer, gdénde estén los que te acusaban? ¢Nédie te ha condenado? Ninguno, Senor, contestd la adidtera: Ni yo tampoco te condenaré, \a dijo Je- sus: Vele, y no peques mds. (1) Joann, cap. 8. v. 4. 5.
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