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sel cis jos de Dios. Y esto nos pone delante de nuestros ojos nuestra madre la Iglesia al Ilamarnos 4 ado- rar 4 Jesus, diciéndonos que es su corazon digno de nuestras adoraciones por ser victima de cari- dad; porque, en efecto, la oblacion del cuerpo del Redentor sé hizo una sola vez, cuando llegé el momento decretado por su sabiduria infinita: mas el sacrificio empezé en su corazon desde el punto en que se formé este cuerpo por virtud del Espi- ritu Santo en las entraias castisimes de la Virgen. jAh! Grande es la bondad divina en. haberse humillado el Hijo de Dios a revestirse de nuestra naturaleza, para morir algun dia por nosotros: pero causa verdaderamente asombro el pensar que, apenas empieza 4 vivir 4 semejanza nuestra, entra su corazon en una como dnsia, que cual fue- go abrasador lo consume y lo devora, suspirando por que llegue aquel momento, en que, despues de haber sido mil y mil veces traspasado por el dardo del dolor y haber cesado de latir, por haber dado ya su vida, lo abra un hierro cruel, y dé las ultimas gotas, que le quedan en su seno. Es este el primer deseo que tiene aquel Corazon Santisi- mo, que solo suspira por cumplir la voluntad de su Padre, perseverando sin cesar en él, hasta que lo vea realizado; de tal manera que ni un solo instante respira para si, ni vive sino para morir

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