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eas anticatélica, en el cual, el hijo del tirano que tiene al Papa encarcelado , decia, que «da fuer de catédlico, se complace- ria en anunciar que las relaciones amistosas con el Sumo Pontifice eran ya un hecho.» Por supuesto , que estas pa- labras eran una de esas bromas de estos tiempos, en los cuales es sabido, que toda esa fraseologia y otras que se le parecen, no son sino lo que vulgarmente se llama con irrision misica celestial. Todo eso era una patrafia, y en lenguaje mds expresivo , una Solemne mentira , pues se de- cia que se deseaba concordia, y se estaba haciendo guerra cruda 4 la Iglesia. Pero los pastores se valieron de esa ocurrencia, para hablar de Roma y de la mala _polftica que encerraba el desear siquiera entablar relaciones con ella. Desvergonzdronse cuanto quisieron, diciendo de Roma cuanto les plugo, como lo demuestran los parrafos si- guientes. «Porque no hay que forjarse ilusiones, wna vez admiti- da Roma 4 regir los destinos de este pueblo, seguird inva- riablemente la Ifnea de conducta que viene siguiendo hace siglos, y que no puede por ménos que seguir , dadas su his- toria y su doctrina. En Espafia, como en todas partes, en nuestra época como en épocas anteriores, procurard Roma debilitar la conciencia y oscurecer la inteligencia, medio infalible de que se vale para consolidar su imperio. Cuando ella mande, serd necesario que todos obedezcan, y para Roma, obedecer es inclinarse ante su despética autoridad, no creer sino lo que ella cree, y no pensar sino lo que ella piensa. Para ser buen catdélico romano, serd necesario ad- mitir que existe un hombre en la tierra, én un todo seme- jante 4los demas hombres, y sin embargo, viva encarna- cion de la verdad ; sera forzoso abdicar la individualidad en favor del sacerdocio , casta privilegiada que se encarga por ese precio de labrar nuestra dicha; seré necesario rechazar toda verdad cientifica, que se oponga 4 cualquiera de los caprichos de la nueva divinidad que habita en la ciudad de las siete colinas, y, en wna palabra, dejar de ser lo que