BCCPAM000539-2-02000000000000

ontn MES et sualidad. Entre tanto, la situacion del peregrino era triste y desconsoladora: viajes largos y penosos le costaba el aportar a las riberas de la Judea: trasvestido, disfrazado, derramando oro en cada etapa, y alargandolo con profusion al tocar a los dinteles del Santo Sepulcro, entraba alli el cristiano y adoraba al Sefior y se consolaba su alma: el oro le allanaba el camino para ver el monumento de la misericordia de Dios para con los hombres, y era tambien el oro el que le franqueaba el paso para volver 4 sus hogares. Asi pasaron las cosas por espacio de cuatro siglos : Jerusa- len, la ciudad que fué la catedra del Maestro del mundo, don- de publicé este mismo los preceptos de la moral y las verdades salyadoras del hombre: la metrdpoli de la justicia y de la paz, de cuyo seno salié la verdad 4 los cuatro puntos del mundo: la ciudad santa, cuyo ambiente fué consagrado por la espira- ~ ion. de Jesiis, con sus sollozos y suspiros y cuyo suelo fuera purificado con su sudor y sus lagrimas , estaba contaminada por la planta inmunda del islamita, manchada por sus obscenida- des, y profanada por su sensualidad. Entre tanto, al concluir- se ese largo periodo, un hombre llegado de Oriente, testigo ocular de las vejaciones del cristiano , y de los peligros que te- nian que correr su vida y su fe para ir a Jerusalen y volver a su patria, lanzé un grito de alarma, y empezé a recorrer el Occidente. Este hombre no decia sino una frase; pero era esta rebramante como el trueno, vigorosa como el tafiido del bron-_ ce, y penetrante como el clarin de guerra, Dios lo quiere, de- cia sin cesar Pedro el Ermitaiio. La centella, disparada con fracaso, que recorre en un instan- te los espacios, tocando en varios puntos, y dejando en cada uno una chispa de electricidad, no es tan veloz como lo fué el eco del clamor de este peregrino. Tocd ese fuego, pues tal pa- recia, en los palacios de los monarcas , en los castillos feudales, y en las chozas de los vasallos: recorrié montes, resond en