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DE LA DEDICACIÓN DEL ALTAR. 241 deras) ; de que fué prueba irrefragable la cele- ridad , que pudiera imaginarse milagrosa , con que se concluyó , no solo la Iglesia sino el Com vento, que'se hizo tambien de nuevo. ¿Quiéñ creería, digo y que un monumento que por su representacion y destino debiera ser eterno, ha- bia tan pronto de destruirse y perecer? Pues así sucedió. Trabajado segun el mal gusto del tiem- po, qe aparece y se descubre en todas las obras coctáneas de la Corte: consistiendo en una mo: le 6 máquina pesadísima, llena “de impropieda= des, y con los vicios de una arquitectura desar: reglada y de capricho, comenzó á perder su ni- vél, y 4 resentirsse de los esfuerzos y violencia; con que se sostenían sus partes. Conocido el riesgo, y siendo impracticable qualquier registro 6 exámen , se resolvió con dictamen de los primeros Arquitectos, con la re. pugnancia y resistencia que oponía la escrupulos sidad y afecto nimio 4 la pobreza de los Prela= dos, descomponerle y desmontarle para hacerle de nuevo; y en efecto así se executó. Ya te- nemos aquí las dos ruinas que dieron lugar 4 las dos reedificaciones, 4 que vamos á dar princi“ pio , y deben ocupar principalmente nuestra atencion, TOMo+T. HH Nues-

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