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Dia TERCERO. 185 mano, nuestro abogado, nuestro camino, nuestra ver- dad y nuestra verdadera vida. Tal es, y aun infinita- mente mas que quanto yo puedo decir,la hostia pura, la hostia santa, la hostia inmaculada que ofrecemos, ó venerables Sacerdotes, sobre el altar. ¡Infeliz de mí! ¿Con qué ojos la miramos? ¿Con qué manos la tocamos? ¿Con qué boca la comemos? ¿En qué corazon la reci: bimos?Si no estamos ya mas abandonados que los de- monios, ¿cómo no nos martiriza el dolor de haber ul. trajado tantas veces una hostia tan singular? ¿Y á quien la ofrecemos? Ved ahí una considera- cion que debe llenarnos de un pavor santo al cele- brar. La ofrecemos á solo Dios omnipotente, criador de todas las cosas visibles é invisibles, al Señor de to- das las criaturas, infinitamente amable, infinitamen- te temible, y digno de ser infinitamente reverencia- do: aquel en cuya presencia son como nada todas las criaturas; cuya hermosura admira el sol, la:luna y las estrellas; cuya inmensa magestad alaban los An- geles, adoran las Dominaciones , y tiemblan las Po= testades : aquel 4 quien glorifican los Querubines y Serafines entonando con una voz permanente el di- vino trisagio : Santo, Santo, Santo, Señor Dios de los exércitos, llenos estan los cielos y la tierra de la ma- gestad y grandeza de tu gloria. Tan grande es la san- tidad, la bondad y magestad de aquel Señor á quien Aa 2
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