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232 2 —Sermon XIV. fectísimos? Si por nacer Jesucristo nuestro amable Redentor en el reynado de Octaviano Angusto, tiem- po en que el mundo disfrutaba los bienes de una pro- fundísima paz , merece por excelencia el glorioso dictado de Príncipe de la Paz, naciendo tambien nuestros Serenísimos Infantes en un tiempo en que los Reyes de Europa sueltan las armas de las manos Y finalizan la guerra, ¿por quéno podremos tam- ien apellidarlos Príncipes de la Paz , destinados del cielo para aliviar los pueblos del azote de la guer- ra? ¿Por qué no podremos considerarlos como des- tinados para aliviará los vasallos del peso de los tributos, y de toda otra pública calamidad? Mirad, señores, si eran poco interesantes para nosotros los mandatos de nuestro Soberano, y quánto nos importa que los Infantes recien-nacidos sean, por nuestras contínuas oraciones, unos Reyes irreprehen- sibles, ¡Ó! quiera el cielo que la tierra vea en estos niños unos Príncipes amantes de la verdad y la justi- cia, que no se ensoberbezcan con su poder, con los discursos de los aduladores, ni con el rendimiento de los cortesanos: unos Príncipes que se acuerden de que son hombres mortales en medio de su eleva- cion y grandeza: que aumenten el divino culto, que reverencien la Magestad infinita, que teman , amen y adoren á Dios, que castiguen 4 los malos, pre- mien á los buenos, abatan los soberbios, eleven los humildes y atiendan al mérito en qualquiera perso- na donde se halle: unos Príncipes, en fin, en quie- nes resplandezca el valor de los Ramiros, la sabi- duría de los Alfonsos, la piedad de los Reearedos, la fe de los Luises y la santidad de los Fernandos. Quiéralo así el cielo, amados mios; y para que así lo quiera , no ceseis en vuestras contínuas fervoro- sas oraciones, para que el Rey de los Reyes y Señor de los Señores extienda el brazo de su proteccion

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