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peL Rosario De Maria SANTÍSIMA. 149 caminando hácia el Calvario, ¿quiéa rehusará abra- zarse con la cruz de los dolores, de las enferme- dades y angustias mas penosas de la muerte? ¿Qué justo, qué pecador no se conformará con la volun- tad del Omnipotente, y entregará lleno de confor- midad su espíritu en sus manos viéndole morir en una cruz? Un Dios que muere crucificado entre dos ladrones: un Dios que dá su vida por librarnos de la muerte eterna, por sacarnos de cautiverio del demonio, y hacernos herederos del cielo, ¡qué sen- timientos no inspira de agradecimiento á su bon- dad , de aborrecimiento á nuestras culpas, y de es- peranza en su misericordia! ¡Ah! Si el alma ha sido verdaderamente devota del Santísimo Rosario de María, ¡con qué confianza , con qué seguridad, con qué alegría acudirá al amparo de una Reyna tan poderosa! ¡Como se arrojará en los brazos de la mas amable de todas las madres, de la mas ben- dita entre todas las mugeres, de la mas santa entre todas las criaturas! Si ha sido una alma justa, ¡cómo desaparecerán.á su vista todos los horrores de aquel espantoso momento, y con qué semblante tan ri- sueño mirará la muerte! Lejos de temerla suspirará por ella, clamará como otro Pablo por ella, y se quexará como David de que se prolonga su des- tierro : ¡Heu mibi quia incolatus meus prolongatus est! Sucederá lo que á una doncella virtuosa que estan- do para morir vió una refulgente procesion de vír- genes, á quienes presidia María Santísima mas res- plandeciente que el sol, y acercándose á la cama de su devota , y dándola un tierno abrazo conduxo aquella alma infelíz á las moradas eternas. ¡O muer- te preciosa! ¡muerte dulce! ¡muerte apetecible la de los verdaderos devotos de María! Pero aún al hombre pecador ,¡quánta utilidad le traerá la pro- teccion de esta dulce madre! Aún quando engañado

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