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.. DE SAN ANTONIO DE PADUA. 287 sia quien con mayor fuerza y felicidad haya manteni- do sus derechos contra la impiedad y la heregía. No - será fácil señalar otro predicador que con el estrépito ruidoso de sus prodigios se haya echo oir de los pe- cadores con mas fruto. Los templos mas magníficos de España , Italia y Francia eran estrechos á la multitud inmensa de sus auditorios. Las plazas eran' cortas pa- ra dar acogida al gentío compuesto de nobles y ple- beyos , ricos y pobres , doctos é ignorantes , y en una palabra, de toda clase de personas , edades y empleos. a menester para hacer ménos imposible oir al pre- - dicador sacar el púlpito á los campos , y niaun allí hubiera sido posible oirle todos, si Dios no diera vir- tud á su voz para que de todos - fuera oida , y renovara aquel antiguo prodigio que vió Jerusalen en el dia san- tísimo de Pentecostés , de que la predicacion que se anunciaba en un solo idioma fuera entendida de todos, y que los portugueses , españoles, franceses , italianos, y otras que asistiéron en Roma coca nes, le Elcano como si predicára en su propia-len- gua. ¡ Espectáculo ciertamente digno de arrebatar la admiracion del mismo cielo. Veíanse ántes de amane- cer cubiertos los campos de pueblos enteros conduci- dos en órden y en devotas procesiones por. los Sacer= dotes y Obispos. Allí aguardaban con igual deseo al dia y al predicador. Saludaban las escasas luces de los primeros albores como mensageras de un planeta de virtud mas vivífica que el mayor del cielo, Salia en fin Antonio de su convento, vestido de un hábito áspero y penitente , enteramente descalzo, macilento el sem- blante, los ojos modestos y casi cerrados. Llevaba es- Ccrita en su rostro la santidad y toda su exterior apa- riencia era de una penitencia amable. Apénas desple- gaba sus labios , quando sus oyentes , como si lloviera fuego sobre sus corazones, comenzaban á sentir los:¡in- teriores incendios del divino amor. Ellos podian decir con jeremias: De excelso misit ignem in ossibus mtis,