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DIA SEGUNDO, - la eternidad. ¡Ó qué locura tan digna de llorarse con lágrimas de sangre! ¿Cómo podrás tú, alma mia, decir con el Psalmista: en paz en el Señor dormiré y descan- saré? ¿Cómo podrás asegurar , como.San Pablo, que ni la tribulacion, ni la angustia, ni la hambre, ni la des- nudez, ni el peligro , ni la persecucion, ni el cuchillo te apartarán del amor de Jesuchristo, quando te apar- tan del Señor unas vagatelas que no merecen la pena de nombrarse? ¿Cómo podrás afirmar con el mismo Santo, que ni la muerte ni la vida, ni los Angeles ni los Principados, mi las Virtudes, nilo presente, ni lo futuro , ni lo alto ni lo baxo , ni otra criatura alguna te podrá separar de la caridad de Dios , que es en Je- suchristo Señor nuestro? ¡O alma grande, alma ad- mirable la de aquel Santo Apóstol, que despues de ha= ber sido un perseguidor de Jesuchristo, llegó á ser tan fiel amante de Jesuchristo! ¿No soy yo de la misma naturaleza que era el Santo? ¿No tengo la misma re- ligion que el Santo tenia? ¿Su Dios no es mi Dios? ¿Su fe no es la mia? ¿Las gracias divinas no se me ofrecen? ¿Dios no me llama? Sí, alma mia, todo es verdad. Tienes la misma fe que el Apóstol, la misma religion, el mismo Dios, y Dios te manda que le ames. ¿Qué fal- ta? Nada mas que una resolucion vigorosa , firme, constante: una determinacion resuelta de ámarle con todo el corazon, con todás las fuerzas, con toda la vó- luntad. Pues Dios mio, Yo quiero tener esta resolu- cion , yo la deseo, yo os la pido : concedédmela por los méritos de mi Señor Jesuchristo , para que yo me emplee en amaros eternamente'eñ lá vida, en la muer= te, y en la bienaventúranza. Así séa,

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